domingo, 16 de noviembre de 2014

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Escobar: Paraiso perdido, el rostro del crimen

  • Benicio del Toro realiza una labor impecable para dar vida al narco colombiano en una película, dirigida por el debutante Andrea Di Stefano, que mantiene el ritmo y vence el riesgo de presentar a Escobar como un ídolo

JUAN SARDÁ | 14/11/2014
Pablo Escobar fue sin duda uno de los hombres más influyentes, y terroríficos, del siglo XX. El gran capo de la droga colombiana dominó su país durante los años 80 arrastrándolo hacia una guerra civil en la que luchaba un Estado diezmado y empobrecido contra un imperio del crimen engordado por miles de millones de dólares americanos. Pocos actores parecen más adecuados para interpretar al mito que Benicio del Toro, que en la película se crece hasta límites insospechados. Del Toro capta el alma y el espíritu del narcotraficante con tanto verismo que por momentos la pantalla desprende pura electricidad.Y eso que en realidad Escobar no es el protagonista sino el secundario, uno de esos secundarios, todo hay que decirlo, que en todo momento amenazan con comerse la película. Porque en realidad Escobar: Paraíso perdido trata sobre un joven canadiense perdido en la jungla (en el amplio sentido) del crimen organizado.

“Escobar fue el criminal más odiado y adulado del mundo”, explica el director del filme, Andrea Di Stefano, que debuta tras la cámara tras una larga trayectoria como actor. “Hay gente que sigue rezando por él y otros lo consideran un monstruo. Lo que yo quería mostrar es la profundidad de su locura”. Escobar es como una fiera salvaje con el cerebro de un agudo estratega, una combinación explosiva entre inteligencia y brutalidad que Del Toro transmite con turbulenta intensidad siendo su presencia una amenaza constante porque la violencia pura y dura no aparece hasta casi el final: “Todo el mundo sabe que era un gran narco pero se conoce menos que era un marido y un padre atento. No es necesario mostrar todo, la sangre, los muertos... Ver a Escobar ordenando asesinatos por teléfono mientras juega a las muñecas con su hija es suficiente para comprender la profundidad de su locura”.

El filme está contado desde el punto de vista de Nick (Josh Hutcherson, Los juegos del hambre) un joven norteamericano que disfruta de la playa y el surf, al más puro estilo hippie, en una caravana en la playa. Su vida cambia radicalmente cuando la casualidad quiere que se enamore de la sobrina de los amores del mismísimo Escobar, considerado por amplias capas de la población más humilde como un verdadero salvador por su labor como constructor de hospitales y escuelas o su afición a repartir billetes al más puro estilo caciquil. Surge la quizá inevitable inspiración en El Padrino y el mundo del crimen y el terror se mezcla con una cultura exuberante con un profundo sentido de la celebración y radicalmente latina como la colombiana. De ahí, precisamente el titulo del “paraíso perdido”, vemos una tierra tan hermosa y generosa como violenta y desalmada, un contraste que Di Stefano se esfuerza por hacer patente todo el filme.

Hay algo fastidioso en esa confrontación entre el civilizado europeo y los “salvajes” sudamericanos pero Escobar, sin dejar de ser nunca una película bastante convencional, te mantiene agarrado a la butaca, está contada con ritmo y el cineasta logra que sintamos en el cogote la violenta amenaza de ese Escobar con el que Del Toro hace maravillas. Y tiene una virtud inapelable, vence el riesgo de presentar al narco como un ídolo o de glamourizarla para mostrarnos, sin más sangre de la necesaria, el verdadero y ominoso rostro del crimen.