martes, 23 de septiembre de 2014

Noticias El Cultural

Última memoria de Ana María Matute

ALBERTO GORDO>23-09-2014
“Berni no recordaba el primer daí en que lo había visto. Para él hacía ya tantos años -o se lo parecía-, que se trataba de algo perteneciente al paisaje, como un árbol. Simplemente el chico de al lado”. En uno de los últimos pasajes deDemonios familiares, Ana María Matute hizo, acaso inconscientemente, un guiño a su primer relato publicado en 1947. Aquel cuento se tituló El chico de al lado, lo publicó el semanario Destino, de Barcelona, e hizo que una joven Ana María, de apenas veinte años, corriera enloquecida al quiosco para ver, por primera vez, su firma al pie de una página. Así que este libro, póstumo e inacabado, que ahora publica Destino, adquiere, aún más, el tono de una despedida. El adiós de una escritora clave del siglo XX que deja novelas fundamentales como Primera memoria, Los hijos muertos, Paraíso inhabitado u Olvidado rey Gudú.

En Demonios familiares, presentado hoy en Madrid en presencia de Víctor García de la Concha, Almudena Grandes y los editores Emili Rosales y Silvia Sesé, de Destino, la escritora y Premio Cervantes en 2010 vuelve a algunos de sus temas originales: la posguerra, la infancia, los misterios, los amores imposibles, la incomunicación en el seno familiar. “Me gusta esa idea de eterno retorno -ha dicho Mari Paz Ortuño, su última colaboradora-, porque hace pensar en que ella misma sabía que estaba cerrando un ciclo”. Toda una vida dedicada a la literatura. La trama nos sitúa en la primavera de 1936. Los republicanos queman el convento en donde Eva, la niña, o la adolescente protagonista, se preparaba para recibir los votos. Así que huye. Pero su vuelta a casa (ilusionante, pues ella no desea vivir en el convento) supone el regreso a un mundo que creía haber dejado atrás, pero que de algún modo se resistía a abandonar del todo. Allí se reencuentra con su padre, un viejo Coronel que ve la vida a través del espejo (aquí ha querido ver Víctor García de la Concha el rastro de un consejo de Ramón: la clave de una obra literaria está en el punto de vista), con Yago, el criado, y con Magdalena (“Mada”: esta es la última palabra que escribió la Matute), la ama de llaves, pero también con el sombrío recuerdo de su madre, que murió durante el parto. 

El libro está evidentemente sin terminar (se interrumpe en el capítulo dos de la segunda parte, y se dejan los conflictos abiertos sin resolver), pero según los editores, y Pere Gimferrer, que escribe un prólogo a propósito, se trata de una novela donde está “todo el universo de Matute”. Almudena Grandes, que ha leído un texto escrito para la ocasión, ha subrayado también el hecho de que Matute volviese, aquí, a los primeros temas de su narrativa, y ha confiado en que esto sirva “de puente” para la lectura de las grandes obras de su primera etapa. La autora de Las tres bodas de Manolita ha reconocido su deuda con la autora de Pequeño teatro, quien, ha dicho, le ayudó a ver “quién era y en qué lugar vivía”.

García de la Concha ha contado que colaboró (movió “los hilos”) para el ingreso de la escritora en la RAE, lo que se produjo cuando él era secretario bajo la dirección de Lázaro Carreter. Mari Paz Ortuño, por su parte, centró su intervención en el doloroso (en el sentido literal, físico del término) proceso de escritura de este libro. “Era conmovedor asistir, a diario, a su compromiso con la escritura”, ha dicho. Matute empezó hace cuatro años a escribir esta novela, si bien al final la muerte se le adelantó. Escribió hasta finales de mayo (murió en junio), y se empeñó con el ahínco de un primer empeño literario. Así escribía, reescribía, corregía, tachaba. “El parto de Demonios familiares -cuenta Orduño en el epílogo del libro- fue una auténtica lucha, un entregarse en cada una de las frases, de las palabras, de las ideas”. La escritora había sufrido caídas, padecía vértigos casi continuos (de hecho barajó llamar a la novela así, a lo Hitchcock: Vértigo) y, aunque mentalmente se encontraba bien (“De la cabeza estoy como siempre: fatal”), había días en que ni siquiera podía levantarse a escribir. 

En presencia del hijo de la escritora fallecida se han contado anécdotas, se han recuperado sucesos y se ha hecho un breve repaso de su trayectoria y de su legado. Un acto que ha discurrido entre la celebración y la nostalgia (“Hoy con ella nos lo estaríamos pasando mucho mejor”). Emili Rosales ha dicho que, para Destino, es este un día “triste y jubiloso”, y su compañera Silvia Sesé se ha comprometido “a mantener viva” la obra de una escritora inevitablemente ligada a la editorial barcelonesa. Queda la certeza de que, con todo, Matute se llevó el desenlace de esta novela con ella. “La novela crece como un árbol -le comentó un día a Mari Paz Ortuño-, y cuando ya te salen las ramas hasta por las orejas te pones a escribir”.